sábado, 9 de junio de 2007
Tres piedras, tres décadas
Esta semana me he tropezado tres veces con la misma piedra. La primera fue el nuevo anuncio de Coca Cola; la segunda, una peli que hacía mil años que no veía y que me encanta, El reencuentro (Lawrence Kasdan, 1983); y la tercera, mi propio escalón vital. Me explico:
Lo de Coca Cola:
Lo de El reencuentro (nominada al Oscar a la Mejor Película en 1984, va sobre varios amigos de la juventud que se reúnen años después, es decir, todos ya en la treintena, en el entierro de uno de ellos). Escucho al personaje de William Hurt:
"Hace mucho tiempo nos conocimos durante un corto periodo de tiempo. No sabes nada de mí. Entonces era fácil. Nadie lo tuvo tan cómodo como nosotros, así que no es sorprendente que nuestra amistad pudiera sobrevivir a eso… Es en el mundo real donde las cosas se ponen feas”.
Y lo de mi escalón. Pienso:
Vale, no estoy en el punto existencialista-pesimista, no sé, de Woody Allen (“No es que tenga miedo de morirme… Es que no quiero estar ahí cuando suceda”), pero sí es cierto que ahora, en este escalón vital (treintena, es evidente), no puedo evitar una mezcla extraña: cierto moñoñismo (te tomo prestado el término, Bea) al recordar a mis amigos de siempre (es increíble que el tiempo te los devuelva, ¿verdad, Lara?), a rutinas llenas de despreocupación y de futuro inmediato..., y al mismo tiempo una certeza brutal de que éste es el mejor momento posible, el de más consciencia, el más lúcido.
Bueno, pues los tres tropezones, la Coca Cola, El reencuentro y yo misma, me han estampado contra la misma farola, trascendencias aparte: la serie Treintaytantos. La vimos allá por finales de los ochenta, o sea, que podemos decir que esta entrada es más bien un flashback, y es curioso porque me encantó teniendo 15 ó 16 años, pero es ahora, cuando tengo la edad de los personajes y también sus circunstancias, cuando la he recordado y cuando me he identificado con ella. Sin llegar a batir récords de audiencia (aunque ganó dos Globos de Oro y 12 Emmys en sus 4 temporadas, de 1987 a 1991), la serie se convirtió en una especie de icono cultural y no porque las tramas o los diálogos fueran especialmente originales o brillantes (tres parejas en la treintena con sus quiebros y disfrutes y miserias y rincones y destemples), sino por el toque especial de sus creadores, Marshall Herskovitz y Edward Zwick (ambos productores de las películas Traffic y El último samurái, y también de la estupendísima serie My so-called life, que nos enseñó a Claire Danes por primera vez), que, además de aprovechar para sus argumentos y ambiente el boom de los yuppies, la aceptación de la homosexualidad y la denominada segunda ola del feminismo, supo equilibrar la sensibilidad con la neurosis, la crítica con la empatía, el humor con el espejo del tiempo.
No se si recomendarla, por aquello de que no estoy segura de que haya envejecido bien (y aún no se si quiero volver a verla…). Pero sí recomiendo el recuerdo. De la serie y de todo lo que sucede antes de los treintaytantos… El resto es todo presente.
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