"Seis grados de separación es la teoría de que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona en el planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cuatro intermediarios". La primera vez que oí hablar de esta teoría (más info en Wikipedia) fue en 1993, por la película Seis grados de separación, de Fred Shepisi (capaz de hacer La casa Rusia y también de perpetrar cosicas como Cosas de familia o Criaturas feroces -¡cómo te echamos de menos, Wanda!-). En ella, Donald Sutherland y Stockard Channing recibían una visita inesperada de Will Smith, que decía ser amigo de la universidad de sus hijos. A pesar de ser un desconocido, terminaban invitándole a dormir, y él a cambio se ofrecía a prepararles una cena casera y les sorprendía con una conversación interesante. Un encanto, vamos. Pero a la mañana siguiente, los anfitriones descubrían que bajo la amable apariencia de Smith había una serie de circunstancias, intenciones y sorprendentes conexiones que... bueno, paro aquí, por si a alguien le interesa recuperar la peli.
El caso es que la teoría de los seis grados me pareció curiosa (también demasiado osada, la verdad: ¿alguien me puede decir cómo tan sólo cuatro personicas en todo el mundo me separan de, por ejemplo, Martin Scorsese o Michael Mann? En fin...). Poco tiempo después di por casualidad con una página web también curiosa: se llamaba "El oráculo de Bacon", la habían desarrollado en la Universidad de Virginia a raíz de un juego de ordenador y utilizaba la Internet Movie Data Base (IMDB) para hacer conexiones en menos de seis pasos entre diferentes actores, independientemente de su época, su nacionalidad, etc. Star Links, se llama. Resultaba muy útil y, de nuevo, muy curioso: permitía conectar, por poner sólo un ejemplo (surrealista, lo se), a Errol Flynn con Lucía Jiménez en tan sólo tres pasos. Creo que el nombre se debe a que el primer actor con el que probaron para el "juego" fue Kevin Bacon.
Recientemente me he vuelto a tropezar con los seis grados (el psicólogo Stanley Milgram lo llama también "el problema del pequeño mundo": me gusta, viene a ser la manera bonita de decir lo del pañuelo lleno de mocos). Fue hace unos meses, cuando descubrí en internet una serie titulada Six Degrees. Al principio no caí en el significado del título, la bajé porque el piloto lo dirigía Rodrigo García: sus pelis Cosas que diría con sólo mirarla y Nueve vidas me encantan, y también sus episodios de otras series chulas (A dos metros bajo tierra, Los Soprano y la última, Big Love, de la que hablaremos otro día...). Y la verdad es que Six Degrees, con el punto coral de sus pelis, le venía al pelo: seis personajes neoyorquinos en principio desconocidos entre sí cuyas vidas van cruzándose por azar, casualidad, destino o veteasaberqué. Os describo brevemente quiénes son esos seis "eslabones" de la cadena:
Laura (Hope Davis, esa estupenda actriz que tiene un poco de frenillo en versión original. La hemos visto en las geniales A propósito de Schmidt y American Splendor y dentro de poco estrena The Hoax, de Lasse Hallström, con Richard Gere. Tiene buena pinta), es una viuda-con-hija-pequeña que tiene que empezar una nueva vida tras la muerte de su marido en Iraq. Le echa una mano Mae (Erika Christensen, la hija yonqui de Michael Douglas en Traffic y la azafata de Plan de vuelo: desaparecida), su nueva niñera, una joven que huye de algo o de alguien y en cuyo camino se cruza Carlos (Jay Hernández, World Trade Center), un abogado aún decente empeñado en hacer la mejor defensa posible de un chico acusado de un crimen que no ha cometido, porque el verdadero culpable, aunque por accidente, es Damian (Dorian Missick, El caso Slevin), un chófer que trata de llevar una vida honrada, lejos de su hermano mafioso. Cierran el círculo Steven (Campbell Scott, Elegir un amor), un fotógrafo que intenta alejarse de la barra del bar y de recuperar su "ojo" con la cámara, y Whitney (Bridget Moynahan, Yo Robot, La prueba, Bar Coyote), una ejecutiva de éxito que carga con un prometido de esos que piensan que una infidelidad no es tal hasta después de la boda.
Veamos: no es la serie de mi vida (en el altar siguen Deadwood, The Office y Los Soprano -metería Sexo en Nueva York, pero me da un poco de vergüencilla-. Y estoy empezando a pillarme con The Black Donnellys, la serie de Paul Haggis, el crack de Million Dollar Baby y Crash), y en Estados Unidos apenas la han visto cuatro gatos (aunque eso no es una referencia seria: ¿no os echáis a temblar cuando estrenan una peliculaca con la frase "número 1 en USA"?), pero la serie tiene un punto. Es sencilla, poco pretenciosa, cálida y coherente. Y se me había olvidado algo importante: Nueva York es un personaje más. Eso sí, no hay héroes ni náufragos ni aliens. Es digamos, la oferta tranqui de las series americanas. La versión Alphaville. Si queréis echárle un vistazo, aparte de internet, la estrenan, titulada Seis grados, en Cuatro el próximo 19 de abril.
Os dejo. Voy a llamar a mi abuela, a ver si conoce a alguien que conozca a alguien que pueda llamar a alguien que me conecte con Martin.
El caso es que la teoría de los seis grados me pareció curiosa (también demasiado osada, la verdad: ¿alguien me puede decir cómo tan sólo cuatro personicas en todo el mundo me separan de, por ejemplo, Martin Scorsese o Michael Mann? En fin...). Poco tiempo después di por casualidad con una página web también curiosa: se llamaba "El oráculo de Bacon", la habían desarrollado en la Universidad de Virginia a raíz de un juego de ordenador y utilizaba la Internet Movie Data Base (IMDB) para hacer conexiones en menos de seis pasos entre diferentes actores, independientemente de su época, su nacionalidad, etc. Star Links, se llama. Resultaba muy útil y, de nuevo, muy curioso: permitía conectar, por poner sólo un ejemplo (surrealista, lo se), a Errol Flynn con Lucía Jiménez en tan sólo tres pasos. Creo que el nombre se debe a que el primer actor con el que probaron para el "juego" fue Kevin Bacon.
Recientemente me he vuelto a tropezar con los seis grados (el psicólogo Stanley Milgram lo llama también "el problema del pequeño mundo": me gusta, viene a ser la manera bonita de decir lo del pañuelo lleno de mocos). Fue hace unos meses, cuando descubrí en internet una serie titulada Six Degrees. Al principio no caí en el significado del título, la bajé porque el piloto lo dirigía Rodrigo García: sus pelis Cosas que diría con sólo mirarla y Nueve vidas me encantan, y también sus episodios de otras series chulas (A dos metros bajo tierra, Los Soprano y la última, Big Love, de la que hablaremos otro día...). Y la verdad es que Six Degrees, con el punto coral de sus pelis, le venía al pelo: seis personajes neoyorquinos en principio desconocidos entre sí cuyas vidas van cruzándose por azar, casualidad, destino o veteasaberqué. Os describo brevemente quiénes son esos seis "eslabones" de la cadena:
Laura (Hope Davis, esa estupenda actriz que tiene un poco de frenillo en versión original. La hemos visto en las geniales A propósito de Schmidt y American Splendor y dentro de poco estrena The Hoax, de Lasse Hallström, con Richard Gere. Tiene buena pinta), es una viuda-con-hija-pequeña que tiene que empezar una nueva vida tras la muerte de su marido en Iraq. Le echa una mano Mae (Erika Christensen, la hija yonqui de Michael Douglas en Traffic y la azafata de Plan de vuelo: desaparecida), su nueva niñera, una joven que huye de algo o de alguien y en cuyo camino se cruza Carlos (Jay Hernández, World Trade Center), un abogado aún decente empeñado en hacer la mejor defensa posible de un chico acusado de un crimen que no ha cometido, porque el verdadero culpable, aunque por accidente, es Damian (Dorian Missick, El caso Slevin), un chófer que trata de llevar una vida honrada, lejos de su hermano mafioso. Cierran el círculo Steven (Campbell Scott, Elegir un amor), un fotógrafo que intenta alejarse de la barra del bar y de recuperar su "ojo" con la cámara, y Whitney (Bridget Moynahan, Yo Robot, La prueba, Bar Coyote), una ejecutiva de éxito que carga con un prometido de esos que piensan que una infidelidad no es tal hasta después de la boda.
Veamos: no es la serie de mi vida (en el altar siguen Deadwood, The Office y Los Soprano -metería Sexo en Nueva York, pero me da un poco de vergüencilla-. Y estoy empezando a pillarme con The Black Donnellys, la serie de Paul Haggis, el crack de Million Dollar Baby y Crash), y en Estados Unidos apenas la han visto cuatro gatos (aunque eso no es una referencia seria: ¿no os echáis a temblar cuando estrenan una peliculaca con la frase "número 1 en USA"?), pero la serie tiene un punto. Es sencilla, poco pretenciosa, cálida y coherente. Y se me había olvidado algo importante: Nueva York es un personaje más. Eso sí, no hay héroes ni náufragos ni aliens. Es digamos, la oferta tranqui de las series americanas. La versión Alphaville. Si queréis echárle un vistazo, aparte de internet, la estrenan, titulada Seis grados, en Cuatro el próximo 19 de abril.
Os dejo. Voy a llamar a mi abuela, a ver si conoce a alguien que conozca a alguien que pueda llamar a alguien que me conecte con Martin.
1 comentario:
Este asunto es muy interesante, aunque la serie, en principio, no me llama mucho la atención. Sin embargo, puede resultar tremendamente útil y es un argumento buenísimo para cualquier historia.
Siendo pragmático, supongo que tú conoces a alguien que conozca a alguien que conozca a alguien que pueda conectar a alguien que yo conozco con Monica Bellucci... ¿no? Es que está obsesionadito el pobre. Fíjate que le gusta hasta vestida.
¿Nos ponemos a ello?
Besos
Javier
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