No digo yo que haya que irse al extremo de subidón de azúcar al que de vez en cuando nos somete el cine yanqui con esas cenas familiares de acción de gracias y desgracias pavofrío. Pero tengo que confesar que los momentos ácidos (cinéfilos, se entiende) entre seres de una misma familia, normalmente unidos en un mismo espacio más por obligación que por deseo, siempre me han puesto las pilas, guión majete y diálogos a la altura de por medio, claro. Creo que me gustan esos momentos porque en ellos los protagonistas se pasan por el forro esa máxima psicovital de “todo lo hacemos para que nos quieran” y, como no se juegan el cariño ajeno (bien porque ya lo tienen o directamente porque antes de tenerlo preferirían la muerte natural), optan por una crueldad de bisturí y una lucidez de hormigón (que es lo que más se agradece en estos tiempos de corrección política). Y también me gustan porque ese alboroto general ante una mesa, en la que las conversaciones se mezclan y todo es un lío de babel y gestos y sílabas perdidas en el aire (o en el molar, relleno, puaj, de pavo con castañas), me recuerda a MIS reuniones familiares, que son recuerdos calentitos y chanantes. Sobre todo los últimos (ya os contaré, ya...).
Hay varios de esos momentos en, por ejemplo, A casa por vacaciones (arriba), una película “pequeñita” que dirigió en 1995 Jodie Foster (fue su ópera prima) y en la que Holly Hunter, que es esa mujer bajita que siempre hace aún más bajitos a sus compañeros de reparto, decía, porro en comisura: “No tenemos por qué gustarnos. Somos familia”. También me flipa (mucho) el descacharre de la genial Vive como quieras (toda esta gente en blanco y negro de la foto), esa joyita liosa y mondante y lironda que le valió a Frank Capra el Oscar al mejor director en 1938, con el abuelo Barrymore haciendo órden del desorden. Y hay otros momentos de este tipo, con algunos peros y varias virtudes, en la serie Brothers & Sisters, recientemente estrenada aquí, en el Plus, con el título Cinco hermanos (posan todos en la foto de abajo).
Veamos. No esperéis los grados de acidez de Lester Burnham en American Beauty ni los descriptivos silencios de Dwayne en Little Miss Sunshine, o la muestra de incisivos de El ala oeste de la Casa Blanca y la calidez generacional de la añorada Treintaitantos, pero por lo menos no hay ñoñería (bueno, no mucha) en el tratamiento de temas como homosexualidad, adulterio, drogas y soledad (no os riáis: escuchar una frase “normal” y directa sobre estos temas en una serie americana es como para celebrarlo). Y sí, en cambio, todas esas movidas y guiños y complicidades y cabreos y quiebros familiares que hacen que los capítulos se pasen volando, como esas sílabas sobre las mesas de acción de gracias. Además, se nota que detrás están las cabezas pensantes y la mirada en plano secuencia de gente experta: el productor y guionista Jon Robin Baitz (El ala oeste..., Alias) y el productor y director Ken Olin (El ala oeste..., Felicity, Treintaitanos).
Para los que no hayáis visto ni un capítulo: el piloto comienza con Tom Skerrit, patriarca de una familia de hoy, palmándola en la piscina de su mansión californiana en plena cena familiar. ¿Los que quedan? Pues una viuda más descolocada que Rajoy cantando libertad-libertad en Cibeles (estupenda, como siempre, Sally Field. Por cierto: también hacía de mujer de Skerrit en Magnolias de acero, eran los padres de Julia Roberts) y cinco hermanos que empiezan a descubrir que su padre “perfecto” era, simplemente, un hombre con tantas virtudes como dobleces (entre ellos, una vida paralela). En realidad, más que esa trama de culebrón cristalino, lo que llena y rellena cada capítulo son el timón de Nora (Field), tratando de matar el frío del lado vacío de su cama, y las vidas de estos cinco hermanos:
-la independiente Kitty (Calista Flockhart, Ally McBeal, después de su salida de Cambio Radical), que comienza la serie como comentarista política en un programa televisivo y continúa el camino por los despachos del senador Robert McCallister (Rob Lowe regresa de los pasillos de El ala oeste…), sólo un poco más republicano que ella pero con las mismas ganas de compartir sus ideales en un plano, digamos, más horizontal…
-la omnipotente Sarah (siempre me ha gustado esta mujer, Rachel Griffiths, desde que debutó en silla de ruedas en La boda de Muriel hasta el perfil superdotado de “su” Brenda en A dos metros bajo tierra…), tratando de compaginar la dirección de la empresa familiar con un marido pegado a una guitarra y dos hijos pequeños…
-el estéril Tommy (Balthasar Getty, Brigada 49), a medio camino entre el complejo de inferioridad y la nada…
-el gay de la serie, Kevin (Matthew Rhys, Love and Other Disasters), a vueltas con su papel de abogado y de abridor oficial de armarios ajenos…
-y el más pequeño, Justin (Dave Annable, os sonará la cara de sus anuncios de Reebok y Pepsi…), que trata de superar su adicción a las drogas después de su heróica decepción en tierras iraquíes sirviendo (¡ja!) a su patria de banderas devueltas en forma de triángulo.
En el mismo estante de Six Degrees (ver entrada del 7 de abril), Brothers & Sisters no es de esas series de las que uno podría estar hablando con devoción y escalpelo y café y cigarrillos, pero sí tiene el encanto de esas movidas familiares de las que hablábamos al principio, referencias cachondas ("Mmmh... Un niño pequeño jugando bajo tu mesa... Eso es muy JFK" -Kitty al senador McCallister) y el ritmo perfecto para verla sin esfuerzo, algo así como lo que ocurre con otra de las series de la casa (la ABC), Anatomía de Grey, pero sin tanta cancioncilla de viaje noñete en coche (a mí me gusta, que conste, pero me río con vergüencilla cuando salta el temita con guitarra de turno, glups)…
miércoles, 18 de abril de 2007
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1 comentario:
El que tenga una familia numerosa sabe que te pasas la reunión intentando no sacar temas de política por que papá se acalora, aguantando a tu hermana que se cree que lo sabe todo e intentando que algo de lo que cocina mamá te caiga en el plato. Como siempre, los mejores momentos los protagonizan los niños y la abuela, que con la escusa de la edad nos hace unos repasos que pa que!
En mi casa, la banda sonora de las reuniones familiares sería algo así como de Kusturika. Mucho tanchundachunda y sin enterarte muy bien de que te dice el de enfrente. Ruidoso, pero se puede bailarrr
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