bajo tierra, Sexo en Nueva York, El ala Oeste de la casa Blanca, Anatomía de Grey...; de otras, una vez vistas, es imposible recordar la trama de un solo episodio, como Urgencias o las tres variantes territoriales de CSI... Hay series blandas y cutres, rotundas y bellas, distraídas, mocosas y ñoñas, lúcidas, mordaces, baratas y bestiales, profundas, puro cine, anodinas, geniales... Y luego está Deadwood.Deadwood es LA serie. Es cine y es barro y sudor, y huele a pólvora y te mancha de sangre y te golpea y te escuece, y duele como el pus bajo la piel. A veces aturde, porque es imposible hacer tanto y tan buen cine, así, pa'la tele (la HBO, que hace milagros con su sello de calidad: Los Soprano, El séquito, Big Love, Curb Your Enthusiasm, A dos metros ba
jo tierra, Sexo en NY...), y te muerdes el labio inferior, por un extremo y por envidia, porque cuesta creer que haya señores capaces de crear, escribir y filmar algo así de bestia y de bueno: David Milch (Canción triste de Hill Street) y Gregg Fienberg (Big Love), a sus pies.Recuerdo que la primera vez que me hablaron de ella se me bajaron las ganas al suelo al oír que era "un western". Con perdón de mis amigos cinéfilos, confieso que, salvo casos contados, nunca he sentido gran devoción por el género (a ver, me encantan Centauros del desierto, Raíces profundas, Río Bravo, Las aventuras de Jeremiah Johnson, Horizontes de grandeza, El último mohicano, pero no mucho más...). Menos mal que, aun así, me asomé al primer capítulo.
Y me encontré con Al Swearengen (Ian McShane, Scoop, en primer plano en la imagen de abajo), un ser repugnante y cruel, dueño del saloon La Gema y propietario, por ende, del whisky, las mujeres y el juego de Deadwood. Sitúo: estamos en julio de 1876 y Deadwood es una floreciente ciudad de Dakota, sin leyes y con un yacimiento de oro que es imán para cientos de personas que atraviesan el país para fabricarse un futuro... Volvamos a Swearengen. A la segunda mirada de control y hielo de este hombre al que fijo le apestan hasta los tirantes, ya se intuye que lo menos malo va a ser la muerte. Él bebe y bebe y observa y manda, y por las tablas de su local va desfilando la peña, todos con un propósito, todos c
on reserva, algunos con miedo. El primer encontronazo es con Seth Bullock (Timothy Olyphant, El cazador de sueños, a la derecha, con sombrero), hombre recto de manual que llega a Deadwood desde Montana, allí era el sheriff, con la intención de montar con su socio Sol (John Hawkes) un almacén y comenzar una nueva vida, aun en medio del barro, rodeado de emigrantes que ya forman gremios (ya hay mafia china), de prostitutas a las que él trata como a damas y de una mujer, Alma Garret (Molly Parker, Wonderland) a la que amar en silencio y de lejos es la única opción. La honradez de Bullock corta el aire apestado de La Gema, pero no todo el mundo en Deadwood le mira mal. El doctor, el periodista, el famoso pistolero Wild Bill Hickok (Keith Carradine, en la imagen del segundo párrafo, con Olyphant) y hasta la burra pero buenaza Calamity Jane (un prodigio, más con acento en versión original, Robin Weigert) ven en él la esperanza de una ciudad regulada por la moral y la ley. El resto de inadaptados se acopla bajo los húmedos alerones de Al (sus dos ayudantes, el mezquino director del hotel, el afable Wu, la puta Trixie...), que protege al que le beneficia, aunque sea a golpe de cuchillo y cerdos hambrientos de carne humana. La preparación de las primeras elecciones comienza a crear pactos inverosímiles, alianzas inesperadas y una vuelta a la tortilla que apabulla desde casi el comienzo y que obligará al espectador, me juego una cena, a adorar incondicionalmente, a venerar y aplaudir, a comprender, perdonar y querer hasta la devoción a ese ser repugnante, maloliente, sabio y cínico llamado Al Swearengen.Lo mejor no es la calidad de la serie, sus diálogos contundentes y bestiales, su diseño de producción y vestuario, su factura, sus premios (7 emmys, un Globo de oro -mejor actor para McShane-), su aportación didáctica (los primeros pasos de la libertad de prensa, por ejemplo, o de la censura, o cómo se hacía frente en esa época a un cálculo de riñón o a la muerte o a la violación, la dignidad, la avaricia...)... Lo mejor no es, tampoco, que ya esté editada en DVD. Lo mejor es que todo ocurrió de verdad. Deadwood existe, existió, al igual que la mayoría de sus personajes... Los que aguantaron allí contaron su historia.







